Desde sus primeros pasos —con Nica’s Blues (2013), pasando por Stories (2017) y The Only Light (2019)*— Viktorija ha ido forjando una voz propia. No la voz lírica gratuita, ni el virtuosismo exhibicionista: más bien, un pulso de sinceridad que atraviesa armonías modernas, texturas vocales que insisten en la precisión pero acarician la fragilidad, letras que no rehúyen lo poético ni lo cotidiano. Su capacidad para componer melodías que se quedan —melodías que respiran— ha sido una constante; y Skybridges la confirma como alguien que no tiene miedo de arriesgarse en los intersticios.
En Skybridges se reconoce inmediatamente una voluntad expansiva: la producción co-dirigida con Petros Klampanis, la inclusión de invitados como Jorge Pardo en la flauta y James Copus en la trompeta, la sutileza de la instrumentación, todo sirve a un fin: construir puentes (“sky bridges”) que conectan lo humano con lo cósmico, la contemplación con el movimiento, la reflexión con el estallido emocional. La textura rítmica de Quique Ramírez, la precisión armónica de Albert Palau, el bajo y percusión de Klampanis, se combinan con la voz de Viktorija para crear espacios que se sienten vivos: no meros escenarios para cantar, sino territorios compartidos donde cada nota tiene aire y gravedad. Las letras —colaboraciones con Malena Rose Marcase, Ganavya Doraiswamy— se internan en paisajes simbólicos, pero no abstracciones vacías: hay tormenta, hay olvido, hay arraigo, hay esperanza.
Una de las grandes virtudes de Skybridges es el equilibrio entre control formal y vulnerabilidad. En “Waltz” uno encuentra esa familiaridad de los tiempos en tres, esa invitación casi maternal al vaivén, pero al mismo tiempo tensiones armónicas modernas que no dejan que todo resuelva demasiado pronto. En “Skybridges” (track del mismo nombre) el fraseo vocal se expande, busca horizontes, juega con silencios. Y en “Secrets Unknown” esa búsqueda se hace más oscura, más interrogante: quizá la canción que mejor retrata el deseo de preguntarse, sin necesidad de resolver. Lo anterior ya estaba presente en The Only Light — disco que fue nominado para Best Jazz Album en Valencia y que recibió críticas favorables por la madurez de sus armonías, la claridad de su visión estética. Pero en Skybridges esa madurez parece reconciliarse con lo urgente, con lo que necesita decirse ahora. Las músicas nuestras —las de la crisis, el duelo, la distancia, la conexión— están presentes sin didactismo.
Como educadora, Viktorija Pilatovic aporta otro nivel de resonancia: su compromiso con el arte vocal, la enseñanza, la formación de otros músicos añade densidad ética y estética a su obra. No es raro pensar que quien enseña aprende también, y su música lo demuestra: hay disposición al riesgo, al ensayo, al error que se convierte en música, no en virtud discursiva. Su papel en instituciones como Berklee Valencia, su vinculación con otros educadores, festivales importantes, confirman que esta voz no sólo se distingue en el escenario, sino que está contribuyendo a la continuidad plural del jazz contemporáneo europeo.
Si hay un posible punto de crítica, radica quizás en la tensión entre la densidad poética y una cierta lentitud narrativa. Algunas piezas de Skybridges podrían exigir al oyente una paciencia poco habitual en un mundo saturado de estímulos rápidos. Esa lentitud es manejada maravillosamente por violines invisibles —los arreglos sutiles, los silencios, los decrescendo— pero corre el riesgo de que quien no esté acostumbrado al jazz que no busca impactar de golpe sino transformar poco a poco se pierda en la espera. Esa es también su fuerza: insistir en escuchar despacio.
Viktorija Pilatovic no escribe partituras de moda, ni busca complacencias fáciles. Lo suyo es el puente: entre lo tangible y lo etéreo, entre la emoción inmediata y la reflexión, entre la voz como instrumento y la voz como narradora. En Skybridges logra algo que pocos: conjugar sensibilidad y ambición, intimidad y apertura. Su música se convierte en espacio compartido donde cada oyente, si lo permite, puede encontrarse a sí mismo. En esa apuesta radica su importancia: no solo para el jazz europeo contemporáneo, sino para cualquier oyente que busque algo más que distracción; algo que transforme.
Las ocho canciones que contiene este álbum son de su autoría; de cuando ella residía en su país natal (Lituania), España, Holanda y Ecuador.
Las canciones se inspiraron y dedicaron a la gente que se cruzó en su camino en los últimos tres años.
Viktorija Pilatovic
https://www.viktorijapilatovic.com/
Jazz singer - Compositora - Educadora
Máster en música de la escuela Berklee College of Music
(Klaipeda, Lituania)