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Cuando la Máquina Se Equivocó y Nació un Nuevo Sonido: El Error Digital que Transformó el Jazz

El episodio sucedido durante la producción de Rockit (1983) constituye un ejemplo paradigmático del modo en que el accidente tecnológico puede operar como catalizador estético. En el contexto de su colaboración con el productor Bill Laswell, Herbie Hancock —ya consolidado como figura central del jazz moderno tras su trabajo con Miles Davis y su trayectoria en el jazz-fusión— experimentaba con el Fairlight CMI, uno de los primeros samplers digitales comerciales. Diseñado en 1979 por Peter Vogel y Kim Ryrie, el Fairlight integraba un sistema de muestreo de 8 bits y frecuencias de entre 24 y 32 kHz, limitaciones que generaban artefactos sonoros inevitables, como clics digitales y distorsiones en los transitorios. Aunque en la práctica profesional dichos errores solían ser depurados, su aparición fortuita durante las sesiones reveló una potencialidad inédita.



El ingeniero Michael Beinhorn y Laswell advirtieron que ciertos bucles reproducidos por el Fairlight generaban irregularidades rítmicas de carácter granular. Lejos de ser descartadas, Hancock las interpretó como una forma emergente de gestualidad digital, capaz de coexistir con la línea de bajo sintetizada y los scratches del pionero del turntablism Grand Mixer D.ST. Esta integración produjo un discurso sonoro en el que convergían la improvisación jazzística, la programación digital temprana y los procedimientos físicos del hip hop, estableciendo un puente estético inédito entre tradiciones divergentes.

La repercusión cultural de Rockit fue amplificada por su video dirigido por Godley & Creme, galardonado con cinco MTV Video Music Awards en 1984. Su imaginería de autómatas y movimientos mecánicos funcionó como metáfora visual del diálogo entre organismo y máquina, anticipando enfoques que décadas más tarde nutrirían el arte glitch y la experimentación electrónica contemporánea. En este sentido, el episodio del Fairlight CMI no solo evidencia la relevancia histórica de la obra, sino que reafirma un principio fundamental del jazz: la capacidad de transformar lo imprevisto en vehículo creativo. En 1983, la contingencia tecnológica se convirtió así en un equivalente digital del gesto improvisatorio, resignificando el error como fuente de innovación estética.

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