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20250914

Myra Melford: El Arte de la Cinesis Sonora y la Arquitectura de la Abstracción en Splash (2025)

Myra Melford
ha demostrado, a lo largo de su carrera, que el piano puede ser mucho más que un instrumento: puede convertirse en un espacio arquitectónico donde conviven gesto, sonido y pensamiento. Con Splash (Intakt, 2025), la pianista norteamericana despliega un trabajo que trasciende la noción de disco para convertirse en un manifiesto estético. No es exagerado afirmar que estamos ante una de las entregas más ambiciosas de su trayectoria, porque aquí Melford no solo reafirma su pertenencia a la vanguardia del jazz contemporáneo, sino que también articula un diálogo abierto entre música, pintura y filosofía creativa.

 

El álbum se presenta como una respuesta sonora a la obra de Cy Twombly, cuya gestualidad pictórica se traduce en una energía cinética que recorre cada pieza. El piano de Melford se comporta como un pincel inquieto, capaz de salpicar, arrastrar, borrar o trazar, con una fisicalidad que parece emanar tanto del cuerpo como del intelecto. Esta traducción no es literal ni anecdótica: es un proceso de investigación estética que toma las “palabras de acción” de Twombly como motores de improvisación, proyectando el lienzo abstracto en un espacio sonoro cargado de tensión, lirismo y riesgo.
Link: ÁLBUM SPLASH

El trío que Melford forma con Michael Formanek y Ches Smith no es un acompañamiento, sino un colectivo de creación en igualdad de condiciones. Esa paridad redefine lo que suele entenderse por formato de piano trío: ya no se trata de un solista respaldado por una sección rítmica, sino de un organismo vivo donde cada gesto puede provocar un cambio de dirección. Formanek aporta densidad y elasticidad con su bajo, mientras que Smith introduce timbres inesperados gracias al vibráfono y a una batería que alterna la violencia contenida con la delicadeza de la música de cámara. El resultado es un espacio expandido, donde la melodía no pertenece a un solo instrumento, sino que circula y se transforma.

Lo más fascinante de Splash es su arquitectura interna. Cada composición parece diseñada para propiciar fracturas, superposiciones y desvíos, pero nunca pierde coherencia. Las piezas interludio, en las que un músico asume el protagonismo mientras los otros dos elaboran estructuras móviles a partir de la partitura, funcionan como microcosmos del método Melford: el equilibrio entre lo escrito y lo imprevisible, entre el rigor y la libertad. En obras como “Drift” o “Streaming”, el impulso cinético alcanza momentos de furia abstracta, mientras que en “Chalk” el discurso se repliega hacia un cierre poético que roza la espiritualidad modal.

El trasfondo biográfico de Melford ilumina estas decisiones estéticas. Desde su infancia en una casa diseñada por Frank Lloyd Wright hasta sus estudios con figuras como Don Pullen y Henry Threadgill, su vida ha sido un constante cruce de disciplinas y sensibilidades. La pianista se ha movido con naturalidad entre la energía visceral del blues, la disciplina del clasicismo y la libertad radical de la improvisación. Splash condensa esas vertientes y las proyecta en un lenguaje inconfundible, al tiempo que prolonga su faceta docente: lo que se escucha en el álbum es también una lección sobre cómo el jazz puede renovarse desde la interdisciplinariedad sin perder su esencia de riesgo y comunicación inmediata.

La recepción crítica confirma lo evidente: este es un disco mayor en la obra de Melford, uno que consolida su posición como una de las mentes más innovadoras del jazz actual. El consenso subraya su carácter cinético y la intensidad con que logra sostener la tensión entre la forma y el caos. Pero más allá de la aclamación, lo que Splash deja al oyente es una sensación de descubrimiento continuo, de música que se construye y se deconstruye frente a nuestros oídos con una vitalidad casi pictórica.

En definitiva, Splash no es solo un regreso de Myra Melford al formato de trío, sino una redefinición del mismo. Es una síntesis artística total, donde la abstracción sonora se convierte en narrativa y el gesto musical en trazo visual. Con esta obra, Melford confirma que el jazz de vanguardia no se conforma con explorar nuevos territorios: también busca expandir la noción misma de lo que significa crear. Estamos ante un álbum que, sin duda, ocupará un lugar central en el canon de su carrera y en la conversación más amplia sobre el rumbo del jazz en el siglo XXI.

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