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20250923

La Orquesta de Duke Ellington en su Cénit Creativo

En agosto de 1959, en el Blue Note de Chicago, la orquesta de Duke Ellington fue capturada en un estado de gracia que todavía resuena con una vitalidad incuestionable. El álbum Live at the Blue Note no es simplemente un registro de una velada memorable; es una declaración estética en un año en que el jazz se encontraba atravesado por rupturas, búsquedas y tensiones creativas de enorme calado. Mientras otros músicos redefinían la forma con nuevas gramáticas —Miles Davis expandiendo el territorio modal, John Coltrane tensando la armonía hasta el vértigo, Ornette Coleman emancipándose de las estructuras convencionales— Ellington optaba por otro camino: demostrar que la big band, lejos de ser un anacronismo, podía seguir siendo un instrumento de profunda modernidad si era tratada con imaginación y rigor.

En esta grabación se percibe la confianza de un maestro que conocía cada engranaje de su orquesta y que escribía pensando en las personalidades específicas de sus músicos. No eran secciones intercambiables, eran individuos con colores intransferibles: el lirismo de Johnny Hodges en el saxo alto, la gravedad envolvente de Harry Carney en el barítono, la electricidad contenida de Cat Anderson en la trompeta, la calidez flexible de Paul Gonsalves en el tenor. Ellington no componía para instrumentos, sino para voces humanas que encontraba en esos intérpretes. Esa alquimia explicaba por qué el “sonido Ellington” era irrepetible en cualquier otra formación, incluso si se replicaban las partituras.

El concierto se erige en un manifiesto de texturas y contrastes. Los metales rugen con efectos de growl y wah-wah, otorgando un carácter casi vocal a la música; las maderas, con su canto suave, equilibran el dramatismo con una elegancia que bordea lo etéreo; la base rítmica, con Sam Woodyard en la batería y Jimmy Woode en el contrabajo, sostiene el edificio con un pulso seguro que permite a los solistas expandirse sin perder cohesión. Ellington y Billy Strayhorn, alternándose al piano, añaden pinceladas armónicas que funcionan como pequeños comentarios dentro de la conversación colectiva.

La interpretación de “Sophisticated Lady” en este contexto muestra con claridad esa filosofía. La pieza, concebida décadas antes, se vuelve aquí un espacio abierto donde cada músico proyecta su identidad. Hodges, cuya historia está intrínsecamente unida a la balada, parece reencarnar la melodía con una intensidad serena, mientras Gonsalves sugiere derivas más extensas, y Carney aporta la solidez de su registro grave como ancla armónica. Ellington, al piano, no protagoniza sino que dialoga, aportando acordes que enmarcan y elevan a los solistas. La obra no suena como una reliquia del pasado sino como una conversación renovada, viva, que adquiere matices distintos cada vez que se ejecuta.

El mérito de Live at the Blue Note radica en mostrar que la innovación no siempre se encuentra en el gesto rupturista o en el abandono de lo conocido, sino también en la capacidad de reinventar lo propio desde adentro. La big band de Ellington en 1959 no parecía interesada en seguir las modas ni en oponerse frontalmente a ellas. Su música era un universo autónomo, una prueba de que la tradición podía ser tan revolucionaria como cualquier manifiesto de vanguardia si se exploraba con profundidad, con sensibilidad hacia los intérpretes y con una concepción estética que trascendía las etiquetas del momento.

Escuchar hoy aquella grabación es reencontrarse con una orquesta que, en la cúspide de su madurez, desplegaba un poderío creativo en el que la disciplina y la libertad se equilibraban con naturalidad. El álbum no compite con los hitos vanguardistas de su tiempo, los complementa desde otra perspectiva. Allí donde Davis, Coltrane o Coleman abrían caminos hacia lo desconocido, Ellington demostraba que el territorio ya conquistado todavía podía dar frutos inesperados. El Blue Note de Chicago se convirtió así en escenario de una revelación: la tradición, bien entendida, no envejece, se renueva cada vez que un grupo de músicos la habita con autenticidad.

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