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20250905

Cécile McLorin Salvant: la filósofa insumisa que reescribe el jaz

Cécile McLorin Salvant no canta para complacer, canta para incomodar, para desajustar la costumbre auditiva que tantos años de standards y complacencia melódica han instalado en la memoria colectiva del jazz. Nacida en Miami en 1989, hija de un médico haitiano y una profesora francesa, lleva en la sangre el desarraigo convertido en brújula. Y es allí, en ese cruce de tradiciones, donde encuentra el filo con el que talla un repertorio que jamás se acomoda al confort de lo predecible.

La crítica suele detenerse en su virtuosismo técnico —ese dominio que la coloca en la genealogía de Sarah Vaughan y Betty Carter—, pero lo que en realidad la distingue es su insumisión intelectual. Salvant no interpreta una canción, la deconstruye. Rescata piezas olvidadas de los años veinte y treinta, expone letras incómodas con la misma serenidad con la que otros barren el polvo bajo la alfombra, y convierte cada interpretación en una disputa contra la amnesia cultural. Escucharla es entrar en un laboratorio de ideas donde el swing y la ironía conviven con el comentario social.


“Mélusine” (2023) confirma que su arte no se contenta con las fronteras del jazz vocal. Allí, entre mitos medievales y melodías reinventadas, Salvant transforma la leyenda de la mujer-serpiente en metáfora contemporánea: la identidad fragmentada, la herencia múltiple, el ser que nunca es solo uno. El francés, el criollo haitiano, el inglés, incluso el latín, conviven en un mismo registro, no como exotismo, sino como afirmación de que la música puede ser, al mismo tiempo, canto ancestral y crítica del presente.

Lejos de la sentimentalidad que suele gobernar el repertorio romántico, Salvant emplea el jazz como herramienta filosófica. Feminismo, memoria histórica, cuestionamiento cultural: todo se filtra en su fraseo contenido, en ese vibrato que aparece solo cuando la idea lo exige. El público espera la caricia de la nostalgia; ella ofrece un espejo incómodo donde se reflejan la ironía y la duda. Es la paradoja de su magnetismo: escucharla no es solo dejarse arrastrar por la belleza de la voz, sino aceptar la invitación a pensar lo que esa belleza encubre.

En un panorama dominado por el revival fácil y el guiño amable al pasado, Cécile McLorin Salvant es la intelectual inconformista que el jazz necesitaba: alguien capaz de recordarnos que este género, desde su origen, nunca fue un refugio del mundo sino una manera de enfrentarlo. El jazz que ella propone no es el que tranquiliza: es el que despierta.



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